El 27 de febrero de 2024, la naturaleza decidió mostrar su faceta más majestuosa y serena, vistiendo el paisaje de un inmaculado manto de nieve. En la imagen, podemos apreciar cómo la Casa del Rincón de Golobar, situada en el tranquilo pueblo de Brañosera, se encuentra totalmente envuelta en la paz que solo un día de nieve puede ofrecer.
Este rincón, que usualmente bulle de vida y color, ha sido pausado por el frío invierno, dejando en su lugar una escena de serenidad que invita a la reflexión. La nieve, con su tacto suave y apariencia pura, ha transformado cada superficie, desde el tejado hasta el jardín, en una obra de arte efímera.
Las huellas marcadas en la nieve revelan una historia no contada: quizás de un visitante reciente o de los habitantes de la casa saliendo a contemplar la maravilla invernal.
El árbol solitario, cubierto de nieve, parece guardar la entrada de la casa, desempeñando su papel en esta escenografía helada.
La Casa del Rincón de Golobar, con su estructura de madera y piedra, se mantiene firme frente a la adversidad climática, demostrando la resistencia y belleza de la arquitectura tradicional de la región. A su lado, la rueda de carro antigua, ahora inmóvil y silenciosa, añade un toque rústico a la composición, recordándonos la historia y las tradiciones que esta casa ha presenciado a lo largo de los años.
Este día de febrero se convierte en un testimonio del cambio de las estaciones, una pausa en la cotidianidad que nos permite apreciar la belleza tranquila y a veces olvidada del invierno. La Casa del Rincón de Golobar en Brañosera, con su capa de nieve, se erige no solo como un hogar, sino como un faro de tranquilidad en el corazón de un paisaje transformado.
El susurro invernal en Brañosera: El acebo del Rincón de Golobar bajo la nieve
El 27 de febrero de 2024 amaneció en Brañosera con una escena que parecía extraída de un cuento de invierno. La Casa del Rincón de Golobar, enclavada en esta localidad de rica historia minera, se despertó bajo un espeso manto de nieve, silenciosa y contemplativa. La naturaleza, con su pincel de frío, había transformado el entorno en una pintura de blancos prístinos y contornos suavizados.
En primer plano, destaca un elemento de vida tenaz: un acebo, centinela perenne de este rincón nevado. A pesar del abrazo gélido del invierno, el acebo se mantiene verde, desafiando la monotonía cromática con sus hojas de bordes espinosos y su fruto escarlata. Las bayas rojas, adornos naturales, resaltan contra la blancura circundante, ofreciendo un contraste visual que deleita la vista y despierta la imaginación.
Este arbusto no es solo un testimonio de la resistencia natural, sino también un símbolo de esperanza y continuidad. En muchas culturas, el acebo se asocia con la fortaleza y la supervivencia, y su presencia aquí, en la Casa del Rincón de Golobar, refuerza la sensación de hogar y refugio ante la inmensidad invernal.
La escena invita a la contemplación y al asombro. La nieve, depositada con delicadeza sobre cada hoja y baya del acebo, parece querer preservar la esencia de la vida que palpita en su interior. La Casa del Rincón de Golobar, con su arquitectura rústica y sus ventanas que miran hacia el blanco infinito, se convierte en cómplice de esta naturaleza que, incluso en los días más fríos, no deja de mostrar su belleza.
Este día de febrero se convierte en un lienzo donde el tiempo parece detenerse, y donde el acebo del Rincón de Golobar se erige como protagonista de un invierno que, lejos de ser inhóspito, está lleno de vida y color.